El reloj de arena que adornaba el salón de la planta baja le indicó esa tarde que había llegado su momento. Atrás habían quedado los tiempos laberínticos de preguntas encadenadas con el miedo y el abandono. Por el ventanal, advirtió las primeras sombras y el sofá donde hasta hacía un momento se sentaba el sol, ahora se cubría de atardecer.
Clara Luz de Luna tenía ya casi todas las respuestas.
Casi… A decir verdad, a sus treinta años sólo se afirmaba en una certeza: tenía un cuerpo integrado, pintado con una colorida paleta de emociones y aceptado tal cual era, a partir del cual descifraba la existencia. Lo había ignorado todos aquellos años.
Otra vez el reloj de arena, y las sombras. Cerró los ojos. Al instante se acarició las mejillas y el rostro, bostezó con la boca bien abierta dejando salir un sonido estridente que hirió el silencio de la sala y rebotando en una pared vacía, volvió como eco a sus memorias. Dolieron sus heridas cicatrizadas, en ese instante. Clara se refregó suavemente los ojos y se dirigió al ventanal.
_La infinitud_ pensó mirando hacia fuera de la casa _la inmensidad de la existencia.
¿Qué era sino el mar que tenía frente a sí? Allí permaneció un rato más, acompañada de un pensamiento que la llevó hasta el confín de sus misterios:
_La única certeza es esta existencia de la que soy parte. Basta silenciar para sentirla, para ser esa única realidad_ se dijo.
Intuía que allí afuera había muchas cosas que no conocía. A pesar de su bienestar y un estado reparador, Clara convivía con una leve opresión en su pecho, por momentos intensa. Había aprendido a reconocer sus vacíos. Eran parte de los vacíos del todo, la misma materia, la misma energía cuántica, la misma oscuridad hasta ahora desconocida por la humanidad. Logró saberse y experimentarse integrada al Universo desde sus luces y sus vacíos, apreciando los huecos negros de su participación en la existencia toda.
Vio acercarse desde lejos por la playa a un puñado de personas que parloteaban y distinguió a sus vecinos.
Entonces, sintió el momento y liberó la intuición de que el aire tibio del atardecer la esperaba con más respuestas. O tal vez, con su esencia, esa que le dibujaba en la piel todas las letras de su presente. Intuía que la tibieza del aire salado y soleado, la llamaba para decirle algo…
Clara salió a caminar por la playa.
Atrás quedaban años de un viaje íntimo, con pasajes turbulentos y ocasionales alumbramientos propios. Descalza, siguió las huellas del sol hacia el oeste que pintaba de dorado oscuro a la arena, confiada, dejándose asombrar, esperando una verdad… Porque después del tiempo pasado en su laberinto, resonaba en ella una pregunta. Sin embargo permanecía tranquila esta vez, sin expectativas. Había aprendido a permanecer atenta.
Hundía de a poco sus dedos y talones en la arena húmeda, un paso y luego otro, sintiendo en los poros de su piel las sensaciones de ese atardecer. Ese día, aparte de sus vecinos sólo la acompañaba León, el perro común del vecindario, amigo leal y compañía incondicional de quienes caminaban por ahí. León no se adelantaba ni se retrasaba. Iba a la par. Y cuando ella se detenía a aspirar el aire cargado de yodo del mar, él también se detenía. A su paso Clara Luz de Luna lo acariciaba, recordando a Benito y a Fidel, aquellos guardianes de sus laberintos, perritos que escuchaban sus dudas y sus búsquedas incesantes en aquella casita blanca de una colina verde, cerca del mar azul…
En un momento advirtió que el sol que se recostaba detrás del muelle, le insistía en que permaneciera atenta y que observara el presente. Aquello debía partir. O mejor, ya había partido, por eso ahora se sentía feliz.
Abrió su corazón y con él inhaló partículas de mar colgadas en el aire por una ola que serena y generosamente le mojaba los pies. Observó gaviotas. Más lejos en altamar, buques y barcos pesqueros que podía enmarcar entre sus dedos índice y pulgar, y le gustó jugar con eso.
Permaneció haciéndolo.
Permaneció más.
Entre su mirada y los buquecitos pesqueros advirtió algo…
_¿Qué clase de barco es ése?_ se dijo.
Atenta y en silencio, permaneció más aún.
_Haré zoom_ jugaba con sus dedos en acto de camarógrafa _ ¡Lo atrapé! Pero… ¿qué es ese objeto oscuro que viene hacia la costa?
Permaneció. Sus dedos haciendo zoom. Ella y León en silencio. El sol rojizo ya era una línea curva detrás del muelle. El viento ahora, una fresca brisa que en voz bajita le susurraba confianza al oído.
Ya estaba cerca y Clara Luz de Luna pudo advertir la forma y la textura de ese objeto: casi rectangular, marrón oscuro, su tamaño mediano y parecía ser bastante liviano como para acercarse mansamente flotando desde el mar. Lo vio acercarse hasta darse cuenta que sus dedos índice y pulgar distorsionaban su visión y entonces bajó su mano, que encontró el hocico húmedo de León conectándola con el escenario que pisaban sus pies. Pudo verlo muy cerca y permaneció a la espera.
Fue una ola alta y ancha que transmutó en colchón suave de espuma a sus pies, la que como una bandeja se lo sirvió allí, ante ella.
El objeto de altamar ya estaba allí.
_ ¿Un cofre?_ exclamó. León la miró curioso y la acompañó con un _¡Guauuu!_ como respuesta.
Ella siguió observándolo completamente con la actitud de quien se asombra por primera vez ante la complejidad humana.
Un cofre antiguo, distinguió otra vez su color, ahora percibiendo la madera de un marrón bastante claro oscurecido por la distancia y la humedad. Su madera persistente y su estructura firme, segura, confiable. Podría incluso levantarlo en sus brazos pues no lo percibía pesado… allí estaba, sostenido por la misma arena que sentía bajo sus pies.
Se acercó a él con confianza, atraída, como si el cofre fuese un imán.
En ese mismo instante el cofre se abrió.
En un suave movimiento hacia arriba su tapa se deslizó como quien ríe con una carcajada abierta y saltarina, y lentamente tres, seis, nueve hilos de luz dorada salieron de su interior rodeándola completamente, llegando incluso a su columna, corazón y pulmones, le acarician también el alma y le entregan toda la alegría que el cofre podía contener…
La luz aumenta. ¡Mucho brillo ilumina la playa! Los haces de luz siendo dorados, muestran también hilos de bellos colores, trasparencias sutiles, que luego de completar a Clara en toda su presencia y de envolver a su acompañante León, se pierden en el mar, inundan el cielo, se pierden en los confines de la galaxia y retornan allí, retroalimentándose en el interior del cofre para repetir una y mil veces el circuito.
Clara Luz de Luna se convierte en ellos, es un haz de luz también. Los vórtices iluminados de sus dedos tocan los dorados granos de arena, la sal del mar. El muelle antes negro por la natural postura del sol, ahora es luz… vuelve sus ojos a León ¡hasta su hocico está iluminado!.. Y ríe, ríe, abriendo su boca con la risa fresca y una carcajada abierta y saltarina…
La curiosidad impulsa a Clara hacia el cofre que aún sigue en luz y brillos interminables, queriendo mirar adentro, hasta el fondo del cofre. Después de todo estaba en su naturaleza llegar siempre a esos sitios fundantes, donde todo es inicio. Se preguntaba qué más podría traer ese cofre en su interior.
Fue entonces que distinguió piedrecitas, millones o toneladas de piedritas pequeñas y radiantes, brillantes, que emanaban esas luces… introdujo sus dedos y distinguió también monedas, muchas monedas de oro entremezcladas. La luz era cada vez más abundante, más brillante y expansiva. El imán seguía haciendo su trabajo y atrajo a Clara a que introduzca sus brazos y cabeza para sentirlas, para ver más a fondo, más adentro, más abajo… el inicio de la luz que le instalaba allí tanta alegría…
Ella se hundió en el interior del cofre que aún inmutable allí sobre la arena se lo permitía. En un momento, Clara Luz de Luna fue ese cofre.
Sí. Entendieron bien: Clara luz de luna se hundió en la esencia de ese objeto y fue ese cofre lleno de luz… ¡Imaginarán también la cara de León, testigo iluminado de todo lo que sucedía!
Puesto que Clara es ahora el cofre de luz, en su interior escucha su mensaje. O mejor, recibe lo que ese objeto vino a decirle:
_Vengo flotando sin hundirme por los mares de todos los mundos y de todos los espacios, cargando con las memorias de todos tus ancestros, desde el origen hasta tus padres. Ellos dejaron acá sus luces, su abundancia, su riqueza, sus mensajes ancestrales para cada sucesor de sus linajes. Recibirlo es tu única misión ahora, y para ello tendrás que sentirte esta madera que soy, y permanecer hasta sentirte segura de entender el legado único en todo el universo para vos_
Clara comprendió y se entregó al amor que los envolvía. Permaneció allí con alegría, manteniendo abierto su corazón para escuchar, sentir, comprender…
_ ¿Quien sos ahora Clara?_ preguntó el cofre.
_ Soy un cofre de madera clara resecada al sol, de estructura firme, confiable, llena de luz y abundancia, habito este momento pero vengo desde el origen de los tiempos. Mi viaje no tiene fin, mi existencia es fluida y nunca acaba. Logro mi objetivo. Sé adónde voy y llego a destino, para seguir mi viaje incesante hacia otras costas, hacia otros mares, hacia otros tiempos… En mi camino no hay miedo, sólo fluidez. Soy un cofre encargado de viajar por los mares del tiempo llevando mensajes ancestrales y mi misión es llegar en el momento indicado, ni más temprano ni más tarde, sino aquí y ahora para entregar las monedas a las almas destinatarias y partir de nuevo, mi viaje sigue, nunca termina. Me esperan mis amigas las olas de altamar en los nodos insondables de la masa cósmica. Soy mensajera de la luz del universo. Me empujan las olas del vacío, de la masa oscura, de la materia negra y desconocida por el entendimiento humano, son mis vacíos más hondos y negros los que me empujan a la expansión, en oleajes imparables que mueven mapas galácticos y todo lo que existe. O lo que se cree que existe. Traigo en mí la luz, el amor, la alegría del linaje humano desde el origen, por eso viajo liviana, dejando atrás la oscuridad, entregándola a ese mar oscuro para que la convierte en energía potencial de movimiento renovado y expansivo…_
De a poco Clara Luz de Luna siendo el cofre, se entreabría. Afuera alcanzó a ver las patas de León sucias de arena, que la esperaba inmóvil como lo había dejado. Miró hacia todos los costados. Miró también hacia atrás para poder afirmarse, y esperó que pasaran dos grandes olas cuyo movimiento hacia la playa estaba a punto de estallar… cuando percibió calma levantó completamente su tapa y en el impulso de años luz, se vio parada al lado de León, con sus pies descalzos, húmedos, enfriados por la brisa del atardecer… ¡y llena de luz dorada!
El perrito le lamió los dedos, a lo que ella respondió con caricias intensas y un abrazo tan firme como el cofre que ahora veía alejarse, con gratitud, con amor, con la calma de una certeza.
Regresaron.
A la mañana siguiente, en la misma sala de la planta baja el reloj de arena se había detenido.
Un estado que no daba lugar a dudas flotaba en toda la casa.
Gorriones y colibríes que siempre habían estado allí, ahora eran mensajeros de belleza sutil.
Sintió su cuerpo, más perfecto que nunca. Esa era una de sus certezas.
Agradeció ser un punto vivo en el itinerario del cosmos.
Disfrutó de la belleza del paraíso acá, en esta masa sólida en que la luz la depositó un día de un otoño marrón naranja.
Había recibido la respuesta.