Gaia- Ambiente. Cuidar la casa común

“Hay que convencerse de que la Tierra es Gaia, es decir, tiene un comportamiento típico de los seres vivos. Somos más que hijos e hijas de la Tierra (homo viene de humus, tierra fértil, o adam, que viene de adamah, tierra fecunda). Nuestra singularidad es la de ser los cuidadores de la Tierra” (Boff, 2020)

En 1969, el investigador británico James Lovelock lanzó al mundo científico una des- concertante hipótesis: “La tierra es un ser vivo creador de su propio hábitat”. A esta teoría la llamaron “Gaia”, en honor a la diosa de la tierra, como se le conocía en la mitología griega.

La idea de considerar a la Tierra como un ser viviente es arriesgada, pero no descabella- da; sin embargo, cuando en 1969 Lovelock presentó oficialmente su hipótesis “Gaia” en el marco de unas jornadas científicas, celebradas en Princeton, Estados Unidos, no encontró ningún eco entre la comunidad científica. Para la gran mayoría, Gaia no era más que un interesante ejercicio de imaginación. ¿Quién iba a creerse que nuestro planeta sea una especie de superorganismo en el que, a través de procesos fisicoquímicos, toda la materia viva interactúa para mantener unas condiciones de vida ideales?

La hipótesis Gaia no solo contradecía la mayor parte de los postulados científicos precedentes y subvertía los modelos teóricos sostenidos como válidos: suponía, sobre todo, poner en tela de juicio la intocable y sacrosanta teoría de la evolución de Darwin (a lo largo de la historia la vida se ha ido adecuando a las condiciones del entorno fisicoquímico). Lovelock proclamaba justamente lo contrario: la biósfera es la encargada de generar, mantener y regular sus propias condiciones medioambientales, en otras palabras la vida no está influenciada por el entorno, es ella misma la que ejerce un influjo sobre el mundo de lo inorgánico, de forma que se produce una coevolución entre lo biológico y lo inerte. “GAIA” (1979) es el nombre del libro en el que Lovelock expuso por primera vez la hipótesis de Gaia. La teoría causó un gran impacto en el entorno de las incipientes Ciencias de la Tierra, pero nunca ha llegado a ser aceptada por el conjunto de la comunidad científica, hasta que en fechas recientes algunos investigadores han comenzado a desempolvarla y revisar la validez de sus postulados. 

Gaia nos habla, ¡nos grita! El grito de la Tierra nos recuerda la centralidad que tuvo en las cosmovisiones originarias, en su sabiduría y simbologías para ritualizar su centralidad, la del sol, el agua, el viento, las montañas… Tales sabidurías ancestrales también ingresan en nuestra visión tensionando algunas  racionalidades cientificas.